La Gran Semana. Se me ha pasado muy rápido la cuaresma. Es decir, creo que no la he aprovechado muy bien. A veces me siento como Naamán el Sirio, que no quiere seguir el consejo de Eliseo de bañarse en el río Jordán para curarse de la lepra, hasta que sus siervos le dicen que si el profeta le hubiera mandado hacer algo difícil, seguro lo habría hecho, así que ¿por qué no hacer algo tan fácil? Quizá por eso me he sentido interpelada por este post de Adam Mastroianni —que siempre escribe cosas que me dan qué pensar— sobre las pequeñas formas en las que podemos ser mejores:
Incluso él, que es bastante secular, cita aquello de san Agustín — “¡pero no todavía!”— como la mentalidad del mañana en la que le dejamos a Dios la responsabilidad de que nos sacuda, algún día, como a san Pablo de camino a Damasco. Mientras tanto, vamos tirando, mediocremente, perdiéndonos la oportunidad de hacer algo un poco mejor, cada día.
THE DONKEY
G. K. Chesterton
When fishes flew and forests walked
And figs grew upon thorn,
Some moment when the moon was blood
Then surely I was born.
With monstrous head and sickening cry
And ears like errant wings,
The devil’s walking parody
On all four-footed things.
The tattered outlaw of the earth,
Of ancient crooked will;
Starve, scourge, deride me: I am dumb,
I keep my secret still.
Fools! For I also had my hour;
One far fierce hour and sweet:
There was a shout about my ears,
And palms before my feet.