105. Benedícite de las cosas pequeñas (Joaquín Antonio Peñalosa)
La estrella verdeoro, la luciérnaga que aluza...
Leo en un artículo sobre la poesía don Joaquín Antonio Peñalosa, sacerdote mexicano, la siguiente descripción del fransciscanismo del poeta, “la atención sobre las pequeñas realidades que hacen del mundo algo inmenso”:
La poesía del franciscanismo sería, pues, aquella que no sólo no desdeña nada de lo que forma parte de la creación, sino que centra su atención específicamente en aquello en lo que la sociedad menos se fija, en lo marginal, en esas personas, animales y cosas en las que nadie repara. Y lo hace aplicando sobre ellas una lente de aumento, focalizando en ellas toda su atención. Es, por tanto, el franciscanismo una poética de lo mínimo, de los detalles, de lo que el mismo Peñalosa llama levedad del ser. Pero con un añadido fundamental: no se trata sólo de fijarse y ampliar lo que puede pasar inadvertido, sino de amarlo, de volcar sobre él el cariño. Este cariño hacia lo pequeño no es sólo por la amabilidad de lo pequeño en sí, sino que trasciende el objeto amado hasta su origen, es decir, hacia Dios creador. Se trata de amar a Dios, amando todo lo que ha salido de sus manos. Esto último es fundamental para comprender en su profundidad la poesía de Peñalosa, pues todos sus poemas, todos sus versos, desde el primero que escribiera en Pájaros de la tarde, son un constante diálogo con Dios, concretamente con la persona del Padre, el Padre Eterno, como a él le gusta llamarlo.
Así de maravillosa es su poesía.
BENEDÍCITE DE LAS COSAS PEQUELAS
Joaquín Antonio Peñalosa
Cantemos el himno de las cosas breves,
de las criaturillas que alcanzaron el último
soplo de Dios.
Bendice a Dios, cuerno de luna, donde los ángeles grandes columpian a los chiquitos.
¡Bendíganlo las cunas mullidas donde la flor despierta duerme a la flor dormida.
Bendígalo la mariposa que con su polvillo tornasol detiene el caer de la tarde en un momento de mariposas de oro.
Bendígalo la lluvia, la monjita del hábito blanco y las sandalias suaves.
Bendígalo el fuego alegre que baraja sus plumas de gallo.
Bendígalo la rosa deshojada del atardecer, la rosa amarilla que nadie aspiró y nadie se prendió a la rosa negra de la cabellera.
Bendígalo el grillo que toda la noche afina de balde su guitarra, porque no tiene otra cuerda ni sabe otra pieza.
Bendígalo la miel de colmena que fue primero flor.
Bendígalo la cabra equilibrista que corona las lomas, con su hijo el chivito que en su hociquillo rosa rehíla leche tibia.
Bendígalo el granizo, redondo y blanco, como las canicas y los ponches del recreo de las once.
Bendígalo la espiga tembladora de gravidez y pavura, porque sabe que ha de ser nuestro Dios.
Bendíganlo los ojos del gato, a cuya luz se arriman las abuelitas para rezar sus novenas después del chocolate de la merienda.
Bendígalo la campana maleducada que le saca la lengua a la torre cuando la jala el campanero.
Bendígalo el pescadito rojo que curiosea en el cristal con sus ojos que nunca tendrán miopía.
Bendígalo la madrugada que huele a canasta de pan y a reventar de lirios.
Bendígalo el viento negro que viene aullando porque no encuentra su casa.
Bendíganlo las orejas buenas de las asnillas que llevan por aretes los jilotes rubios de las cañas de la carga.
Bendígalo la cántara fresca que se mete al pozo, y dice que es por agua y es por sacar la estrellita blanca que se duerme en la almohada de una ola.
Bendígalo el relámpago ululante de la sierra con que prenden su cigarro de hoja los arrieros.
Bendíganlo los pájaros que dan la primera llamada de misa desde las torres de alpiste y lechuga de las pajareras.
Bendígalo el surco que escriben los bueyes con renglones de parvulitos, en que nace verde ortografía de los granos fértiles.
Con razón bajan los tordos a saborear el estilo...
Bendíganlo las manecillas andariegas del reloj que en doce puertas piden pan y no les dan.
Bendígalo la estrella verdeoro que se prende de fistol a la corbata de bodas de la vía láctea.
Bendígalo la gotita de rocío que maromea, cirquera, en la carpa guinda de los geranios.
Bendígalo la luciérnaga que prende en la noche su candelero para aluzar el paso de las sombras.
Bendigan a Dios todas las cosas, las cosas ínfimas que cantó Lugones, las obras del Señor que cantó Daniel en el cántico de los tres niños. Porque el Señor es grande entre sus obras grandes y máximo entre sus obras mínimas.
La nieve y el humo, las palomas y las azucenas, las nubes y los conejillos.
Y alabe Israel al Señor, lo alabe y lo exalte
por los siglos.
Cantemos el himno de las cosas leves, de las criaturillas que alcanzaron el último soplo de Dios.