Los incendios en California continúan. Nos cuenta G. que sus padres han tenido que evacuar y que varios amigos y conocidos han perdido sus casas. Entre ellos los Halpin, una familia cercana. De la casa no han quedado ni los escombros, sólo ceniza. Así que en medio de las cenizas resaltaba lo poco que aún se elevaba sobre el suelo: una estatua de la Virgen de Guadalupe, sin mancha de hollín, que tenían en el jardín.
Los padres y sus seis hijos—ya adultos—han ido a ver lo que perdieron en el fuego y en las cenizas encontraron la fuerza para hacer lo que están acostumbrados a hacer en familia: cantar. Espontáneamente—de lo que abunda el corazón…—han entonado un Regina Coeli. Reina, sí, qué duro decirlo, también de los incendios.
Manuel Ballesteros
«De todo lo creado». Reina, pues,
también de este poema. Incluso de este
discutible poema. Reina no
sólo de la creación, que brotó un día
de las manos de Dios: las cataratas,
las nubes, los insectos, las estrellas,
los rebaños de búfalos, los peces,
las bandadas de pájaros o el mar;
también de nuestras cosas, de las grandes:
la capilla Sixtina, el Coliseo,
la Divina Comedia, don Quijote,
Skakespeare, san Agustín, todo Platón,
las cantatas de Bach, Mozart o Haëndel;
e, igual, de las pequeñas: esta silla,
la lámpara, la mesa y el teléfono,
el timbre de la puerta que esta
tarde no cesa de sonar, aquella gaita
colgada en la pared que nadie nunca
ha llegado a tocar. Incluso de este
poema, que te ha escrito un veintitrés
de diciembre del año dos mil siete
un poeta aficionado, en Barcelona.
Un poeta aficionado al que las cosas
(de muy poca importancia, ya se sabe,
¿quién las recordará dentro de nada?)
no le acaban de ir bien. Reina de nuestros
caprichos y minucias que, también
—y ahí cifro mi esperanza, la verdad—,
están bajo tu cetro compasivo.