De esos domingos soleados que te invitan a salir a la calle. He ido con M. a un parque (más bien bosque) cercano, Tregaron, en bicicleta. Hemos tomado el camino largo para pasar a través de otro bosquecillo. Dejamos las bicis al lado de un estanque donde estaba una chica con una cámara de lente larguísimo sacando fotos. La gente está feliz de estar fuera, así que fluyen conversaciones de lo más naturales y alegres. Un señor mayor, con una cámara aún más grande que la de la chica, nos enseñó algunas de sus fotos de las serpientes del lugar. Otro señor, que iba con su perro (del que estaba bastante orgulloso), nos contó de un encuentro reciente con una de las serpientes del parque. Todo un drama salvaje: el sonido de alerta un pájaro, un sapo en huida, una serpiente a la caza. Nos preguntó que de dónde éramos y cuando M. le contestó que de Madrid, supo decir las pocas palabras que sabía en español: De Madrid al cielo.
Luego comprobamos que el objetivo de la fotógrafa era, efectivamente, una serpiente en el estanque y no una libélula.
De vuelta a casa pasamos por varios jardines con iris violetas y blancos a lo largo del camino. Estoy pendiente de que salga nuevamente el de nuestro jardín.
LOS IRIS
Jorge Guillén
Variando va el color de grupo en grupo
—Morado, malva que se inclina al rosa,
Azul con veleidades casi grises,
Amarillo hacia rojo,
Un blanco todo blanco
De pura primavera—
Y el color aun distante,
Sin apoyo de aroma,
Nos conduce a la flor y, reverentes,
No olemos, contemplamos.
Iris en el jardín y con olivos,
Mayo de ejecución así perfecta.
Seis pétalos componen su armonía
Tres a tres, obedientes
A plan, a partitura,
Tres abajo caídos,
Tres que arriba se yerguen, se reúnen
Alrededor de un centro ya en el aire.
Con tal virtud de forma
—Como si fuese eterna—
Que un ritmo nos arrastra hacia una flor
Total, infusa al mundo.