S. está de paso por DC y me ha invitado a celebrar el fin del doctorado. Es toda una ejecutiva, con tacones que suenan rápidamente, yendo de un lado a otro, de reunión en reunión, y aún así siempre logra sacar tiempo para las personas. Después del margarita me ha mirado a los ojos con un poco más de intensidad y me ha recordado algo que le había dicho hacía años. Luego, con tono de “te voy a decir una cosa” ha sabido articular, mejor de lo que hubiera podido hacerlo yo, lo que soy y lo que podría ser. Han sido las palabras de ánimo precisas, de esas que abren ventanas, airean el alma, dan alas y entusiasman. Me contó lo que un par de personas magnánimas hicieron por ella hace muchos años —entre ellas, Alejandro Llano— y comprendí que estaba continuando una tradición de ayudar a jóvenes (o ya no tan jóvenes, como yo) perplejos. Me habló de Juan Pablo II y de su casi escandalosa libertad. Me ha impresionado su mirada, que me ha hecho un poco más grande, y ha logrado llenarme de esperanza. Son palabras que me acompañarán por mucho tiempo.
Dice Ibáñez Langlois sobre el poema de hoy:
Se diría que en estos versos casi no hay sílabas ni fonemas que no contribuyan a recrear, en un idioma tan poco gorjeante como el castellano (bastante más lo son el inglés y el italiano), aquel gorjeo limpio, alto y tembloroso del jilguero. El juego de las aliteraciones y asonancias produce la revelación viva y sonora de su canto, en un ejemplo privilegiado de al alianza de sonido y de sentido que es arquetípica de la poesía. Neruda es todo un orfebre de la fonética.
JILGUERO
Pablo Neruda
Entre los álamos pasó
un pequeño Dios amarillo:
veloz viajaba con el viento
y dejó en la altura un temblor,
una flauta de piedra pura,
un hilo de agua vertical,
el violín de la primavera:
como una pluma en una ráfaga
pasó, pequeña criatura
pulso del día, polvo, polen,
nada tal vez, pero temblando
quedó la luz, el día, el oro.