13. Hexámetros (Enrique García-Máiquez)
Ayer, domingo, quitamos el Niño Jesús de los besos, el pesebre, que este año ha sido especialmente bonito, el árbol y los ornamentos (cada uno en su cajita), las guirnaldas, las luces de la fachada, las pequeñas decoraciones que había por aquí y por allá, las Poinsettias, los manteles festivos, las tazas navideñas… Normal sentirse un poco triste, aunque también esto forme parte de la belleza de las fiestas y de los tiempos litúrgicos.
Hoy comienza de nuevo el tiempo ordinario y con él otra oportunidad de recomenzar, que ya estamos a mediados de enero y los propósitos empiezan a traspapelarse (para organizarme mejor, había empezado un Bullet Journal que ya ni sé dónde está). También es el comienzo del segundo semestre académico, el último en la universidad en la que estoy, y el primero en muchos años sin dar o recibir clases. Será el tiempo de poner piedras finales, a golpe de martillo, con esperanza, sin convencimiento.
Así que no se me ocurre un mejor poema para hoy que este de Enrique García-Máiquez (¡es su cumpleaños, por cierto!). San Josemaría decía y repetía, “con un repetido martilleo,” que había que “convertir la prosa diaria en endecasílabos, en verso heroico”. Más heroico aún, E. G.-M., ha convertido su prosa diaria en el verso heroico de las grandes de la épicas griegas y latinas. Es el verso que usa José Manuel Pabón en su traducción de la Odisea, que es la que leí yo en su momento. Como son más de 12000 versos, es un ritmo que se le queda grabado a uno—para seguir con la imagen—a golpe de martillo en el corazón. Es volver a este verso, poco usual en español, y sentir cómo se despierta toda la épica: la de Ulises y la de todos los que estamos en la lucha, poniendo sutiles acentos en nuestra rutina.
HEXÁMETROS
Enrique García-Máiquez
Mis años transcurren monótonos. Tantos artículos
y clases y plazos son sólo un disfraz de lo idéntico
y a mí no me engañan. Las prisas son nada y al fondo
impertérrita se alza la pétrea muralla del tedio.
Pero guardo una argucia y jamás me daré por vencido.
No en vano me acoge el ejemplo de un héroe: ¿no vengo
por mares sin fin como Ulises buscando y perdiéndome
mientras teje Penélope y luego desteje su tiempo?
Ella y yo nos hallamos y no y otra vez: el amor
carga contra los días insulsos y aún disponemos
de un caballo de Troya, que es la épica implícita, anónima.
Escapan por fuera las prisas y adentro lo eterno
se cuela invisible de un golpe de voz: lo divino
colmando de gracia y sentido todo esto que es hueco.
En mi torpe rutina se forjan feroces hexámetros
apenas poniendo en su sitio sutiles acentos.