A las 8 pm he caído en que era viernes de casi-luna llena, es decir, viernes de caminar bajo la luna en el C&O Canal hasta las Great Falls del Potomac: Moonlight Walk que organiza un grupo de caminantes de DC. M. se ha animado a acompañarme. Llegamos justo para unirnos a la retaguardia del grupo. Muy pronto, cuando nos paramos a ver dos familias de gansos, conocimos a una mujer india encantadora que se convirtió en nuestra compañera de caminata.
A la luna aún le quedaba un buen cacho para estar llena, pero iluminaba como si lo estuviera. En un par de ocasiones me giré a ver si alguien estaba apuntando con una linterna, sólo para confrontarme con la luz de la luna. No había más luces artificiales en el camino. De ida caminábamos con la luz a nuestras espaldas. De regreso la teníamos de guía. A veces nos parábamos para ver su reflejo en el agua.
Ni M. ni nuestra nueva amiga habían estado antes en las cataratas, el punto de llegada de la caminata, así que tenía la ilusión de ver qué decían. El resto del camino es tan diferente que es casi imposible imaginárselas y siempre resultan sorprendentes. La noche y la luz de la luna les prestan sus ropajes y accesorios y les dan un aire de misterio. Allí nos quedamos un buen rato, mirando bien la luna y las estrellas, escuchando el rugido del agua en las rocas y de las ranas primaverales que parecían pájaros nocturnos (spring peepers), descubriendo y olvidando —como diría Borges—esa dulce costumbre de la noche.
ROMANCE DE LA LUNA, LUNA
Federico García Lorca
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira, mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
—Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
—Niño, déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
—Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
—Niño, déjame, no pises
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
Cómo canta la zumaya,
¡ay cómo canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
El aire la está velando.