El viernes ha sido la misa de los graduandos (Baccalaureate Mass). Hemos entrado en procesión a la Basílica. Cuando estábamos ya cerca de la entrada principal, desde donde se ve de frente la bandera gigante de Estados Unidos que han puesto tras la elección del Papa, uno de mis compañeros reveló el mejor consejo que le dieron antes de empezar el doctorado: que hiciera una lista de los temas que más le gustaran, las posturas que más le enfadaran, y a los que quisiera responder con más ahínco, y que no escogiera nada de esa lista. Es decir, que si no quería tardar una eternidad, que no escribiera sobre algo que le apasionara, sino sobre un tema un poco aledaño. No sé si es buen consejo o no, pero lo cierto es que L. terminó en tiempo récord.
En la homilía Fr. Aquinas ha dicho a los estudiantes que no se desprendieran que Las Confesiones de san Agustín, que si ya lo habían hecho, que lo volvieran a comprar.
Al final de la misa, los estudiantes que van a servir en alguna de las fuerzas militares han salido al frente, en uniformes impecables, y han recibido la ovación de los demás, seguidos por los que han decidido seguir una vocación religiosa. Virtus et honor.
LAS RAMAS DEL AZAR
Constantino Molina
Qué bellos se mantienen
viviendo sin cuidados, sin podar,
estos almendros
que el olvido hay cargado
de nuevas ramas.
Van creciendo al azar, desatendidas
de la mano del hombre.
Crecen en el desorden armonioso
de la naturaleza,
en búsqueda perpetua tras la vida
y nunca cesan. Crecen
y crecen estas ramas
sembradas como están de alados pájaros,
y la hoja quiere ser ala que vuela
con el aire metido entre sus pliegues,
y con él se quiere ir en el otoño.
Qué bellos se mantienen
estos almendros.
Y, sin embargo,
qué inquietante saber que la belleza
que ahora se les concede
es también la condena
de entregarse a una vida más efímera.