La última entrada de mi blog “juvenil”, El Duque de Camelot, hacía referencia a la oración que rezamos los nuevos estudiantes al comenzar nuestros estudios en Catholic University hace ya muchos años: una oración al Dios de los comienzos, que me conmovió mucho en su momento.
Ayer, sábado, ha sido el día del grado, que en inglés se le llama “commencement”, como enfatizando que no es el final sino un nuevo comienzo. Es una oportunidad de recomenzar, de volverle a rezar la Dios de los comienzos.



Bishop Barron fue el invitado para dar el discurso de graduación. Estudió filosofía en nuestra universidad, así que los filósofos recibimos un par de guiños: un comentario sobre la famosa inutilidad y el valor de la filosofía y una mención a uno de los profesores más queridos y respetados de la facultad, Monseñor Robert Sokolowski. En el discurso, Barron sacrificó lo novedoso o entretenido por lo esencial, eso que todos creemos saber aunque no sepamos vivir en consecuencia: que lo importante es el amor. La invitación central del discurso fue que pusiéramos el amor en el centro de nuestras vidas. Que es una ley de “la física espiritual” el que los dones que hemos recibido crecen cuando los entregamos. Recordó a su maestro, el Cardenal Francis George, también exalumno de nuestra universidad, que decía que las únicas cosas que nos llevaremos al cielo serán las que hemos entregado por amor a los demás. Cuando amamos, no sólo nos convertimos en mejores personas sino que nos estamos arraigando en la fuente más profunda del ser. Barron concluyó, a modo de resumen, con las palabras de la Madre Teresa: “Don’t worry inordinately about doing great things; do even the littlest things with great love.” Es también el mensaje central de la espiritualidad que ha marcado mi vida y mi petición para estos nuevos comienzos.
Un León
A propósitos de los comienzos: Nuestro canciller, el Cardenal Robert W. McElroy, no pudo estar en la graduación porque estaba en la Misa del inicio del pontificado del Papa León XIV. La graduación del 2025 es la primera bajo su pontificado.
Otro León
Algo más sobre los comienzos: Nuestra universidad, The Catholic University of America, abrió las puertas en noviembre de 1889. En 1887 el Papa León XIII aprobó su fundación y en marzo de 1889 la instituyó como centro universitario:
Truly, since this great University of higher studies not only brings increased glory to your country, but promises salutary benefits in the propagation of sound doctrine and in the protection of Catholic piety, we are justly confident that the American faithful in their liberality will not disappoint you in bringing to magnificent completion the work they have so generously begun.
Y otro León más
Desde donde estaba sentada se veía perfectamente la estatua de san León Magno en la fachada de la basílica. Se ve más o menos en la foto de arriba. Es la figura de la derecha, a la altura de las tres ventanas.
La ceremonia se hizo larguísima porque leyeron los nombres de todos y cada unos de los graduandos. Como era fuera, la gente se iba un rato de paseo y volvía. Vi que uno de los asientos de un profesor estaba “On the Condition of the Working Classes” de León XIII, que ahora veo que es una de las traducciones inglesas de Rerum Novarum.
Fue un día muy festivo, con una alegría que se palpaba en el aire—en el mismo día soleado, con su brisa perfectamente calibrada. Otra ocasión más para continuar la acción de gracias a compañeros, profesores, amigos, conocidos… al Dios de los comienzos.
Después de la graduación fue la boda de A., venezolana-colombiana-portuguesa, así que la buena música estaba asegurada. Un broche de oro para un día memorable.
ADMONICIÓN
Gabriel Insausti
A menudo sucede que un momento
—un aroma, un lugar, un rostro hermoso—
te distrae de ti mismo y de las cosas
que componen tu vida.
De pronto, como un niño
que por primera vez mirase el mundo,
se ilumina ante ti lo que era oscuro
y sientes que esa gracia, que creíste perdida,
bien pudiera ser cierta y te prometes
no dudar nunca más.
Aunque te digan
que nada dura el brillo de un instante,
que es escasa esa luz, que vale poco
su alegría de anécdota imprecisa,
tú no hagas caso.
Olvida cuanto has sido
y júzgate dichoso de haber gozado, al menos,
ese tesoro efímero.
Aprovecha.
Deja que viva en ti.
Sabes que nada
te podrá devolver, por más que quieras,
la pura claridad de ese momento.