Hoy me ha pasado algo curiosísimo. He leído en un libro de Ricardo Sada una cita de Dom Dysmas de Lassus que aparece en el libro del cardenal Sarah sobre el silencio. Me ha parecido una cita preciosa, así que ido a buscarla en su contexto en el libro del cardenal Sarah, que he encontrado en inglés en la biblioteca. Como la referencia que tenía era de la versión española, sólo sabía que estaba hacia el final del libro y he tenido que buscarla leyendo las páginas en diagonal. Cuál sería mi sorpresa cuando encontré la cita y vi que había una flecha a lápiz en las márgenes que marcaba precisamente el comienzo de la cita que estaba buscando. He vuelto y revuelto las páginas y no he encontrado ningún otro símbolo, subrayado o marca en todo el libro. Además, como la cita comienza a mitad de párrafo, la coincidencia exacta de la primera línea me ha resultado aún más sorprendente. Que le haya llamado la atención a don Ricardo, que me haya movido tanto a mí como para rastrear el libro de donde salía, que algún otra alma poco dada a subrayar hubiera sentido el impulso de dejar constancia allí, justo donde se abre esa línea luminosa, lo que le movieron esas palabras… me ha emocionado y me ha hecho sentir muy acompañada. Estamos hechos del mismo polvo y tenemos los mismos anhelos.
La cita:
“El alma contemplativa que ha aprendido el lenguaje del Esposo divino, si no lo escucha nunca como se escucha la palabra humana, aprende progresivamente a percibir en todo su rastro. Entonces esa alma se parece a una mujer enamorada que se sabe intensamente amada y que espera reunirse de nuevo con su amado por la noche. Por eso, a lo largo del día, aun sin encontrarle a él, ve por todas partes señales de su presencia. Aquí, una nota cariñosa sin firmar, pero cuya letra conoce demasiado bien para poder dudar de que procede de él; allá, un ramo de flores, sin más explicaciones, aunque algunos detalles le revelan que ha sido él quien se lo ha dejado. Más tarde, andando por el campo, escucha la música de una flauta cuyo origen no se percibe claramente, pero la mujer sabe que se trata de él y que toca para ella, mientras que la persona que la acompaña no sospecha nada. Y así todo el día. Ella lo siente en todas partes, en todas partes ve signos no solo de su presencia, sino de la atención que él le presta, y le parece que él no deja de hablarle, aunque no lo vea. Va preparándola en silencio para el encuentro de esa tarde, cuando por fin puedan hablar. Está ahí como un perfume, inaprehensible pero totalmente perceptible, presente en todas partes, aunque no se pueda decir de dónde viene. Creo que Dios habla en el silencio. Nunca dejan de asombrarme su discreción, sus maneras delicadas, infinitamente respetuosas con nuestra libertad. Somos frágiles como el cristal, y Dios modera su poder y su palabra para adaptarlos nuestra debilidad.”
María Elvira Lacaci, en un libro titulado precisamente Sonido de Dios, corre el velo de su alma contemplativa:
TE VEO TANTO
María Elvira Lacaci
Te veo tanto, Dios, en lo mudable,
en las pequeñas cosas que creaste,
que a menudo
tu aliento en su materia me intimida.
Y anhelo tu presencia,
tu contacto en mi alma
desasida de roces. De contornos. De aromas.
Pero sentirte así tan allegado
en cada cosa que a mis ojos nace,
me hace daño, Señor.
Te quiero cerca. Pero así tanto, tanto...
Cobrando dimensiones gigantescas
no te puedo llevar.
Y,
bruscamente,
aparto la mirada
de un guijarro,
de una flor con rocío,
de un bello animal...
por donde asoman
tus misteriosos ojos a la Vida.
Tienes que disculpar que yo rehúya
esta vivencia tuya que me encorva,
ese profundo grito que me invade
más allá de lo humano
de mis huesos.
Mi materia es endeble
y Tú te adentras
como saeta azul por sus tejidos.
Y, a veces,
resquebrajarse teme
con tu peso.
Tu peso sin medida. Sólo viento.
Celeste viento fuerte que me ciega
si no bajo los párpados. Herida.
No te apartes, Señor. Que yo te sienta.
Pero así, tanto, tanto...
¡Gracias por hacernos este regalo, Marcela!