He vivido una experiencia maravillosa en un auténtico “tercer lugar”: una tienda de barrio. Tenía que recoger algo en casa de mi prima y quedamos para desayunar en un lugar cercano. Nos contó que el día anterior, mientras buscaba un sitio donde solían recibir “botellas de amor”, descubrió un sitio donde vendían productos sanos (panes integrales, cereales, cosas de ese estilo), desayunos, infusiones y bebidas energéticas, y terminó hablando largamente con el dueño. Se había quedado con ganas de probar el desayuno, así que allí fuimos mi prima, mi madre y yo.
Es un sitio pequeño, con una sola mesa afuera y un área más grande en el interior, que parecía una sala espera en un consultorio, al que “sólo entraban los amigos”. El dueño del lugar le dijo a prima que ya eran amigos desde ayer, así que podíamos entrar y comer allí. Había una señora tomándose algo sola. Pronto llegó un señor y se unió a la conversación, como si nos conociéramos de toda la vida. Nos contó de su estupenda esposa, de cómo se conocieron, de los distintos trabajos que había tenido y de su trabajo actual, vendiendo propiedades. A veces miraba a la otra señora que estaba allí y le preguntaba “¿cierto que sí, Lucy?” y Lucy se sonreía y asentía. Aunque Lucy casi no dijo nada en todo el rato en el que estuvimos allí, había algo luminoso en su solo presencia. No hizo falta que dijera nada para que entrara en el calor de la conversación. Me despedí de ella con un abrazo.
Lo curioso es que mi prima está vendiendo una finca, así que lo del señor resultó siendo providencial. Nos explicó no sólo lo que hacía —vender propiedades— sino su filosofía del trabajo, cómo lo hacía, cómo filtraba los clientes (todo un tema en un país como Colombia, donde hay tanto dinero sucio), cómo entendía él la relación entre una propiedad y el dueño, etc. Una conversación iluminadora y fascinante, de la que estoy segura que saldrán grandes cosas para mi prima, que es la vive en el barrio y la que está con la venta. En un momento nos explicaron que ese espacio era “como una familia”, un lugar de encuentro donde todos se conocían y quien iba allí iba seguro de encontrarse con una cara amiga. Fue emocionante ver cómo surgía una comunidad allí sin esperarlo, cara a cara, en tres dimensiones; cómo han creado un lugar en el puede suceder conversaciones mágicas y amistades repentinas.
MUERTE EN EL OLVIDO
Ángel González
Yo sé que existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tu me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita.