175. I Don't Want to Be a Spice Store (Christian Wiman)
“I want to hum just a little with my own emptiness”
Sales en bici a comprar algo al Mercadona y empiezas a toparte con tiendas con encanto, descubres tu librería de barrio, etc. Son pequeños modos de empezar a hacer tuya una ciudad nueva. Esta vez he descubierto una tienda exclusiva de Tintín, con todo tipo de cosillas chulísimas. Dudo que vendan mucho pero es claramente la labor de amor de algún friki, que si es de Tintín es amigo nuestro, así que me he parado a saludar, como si estuviera en un pueblo pequeño, y he comprado alguna tontería.
Viaje en tren a Granada, a un viaje cultural estupendo que han organizado desde un Colegio Mayor de Pamplona, en el que he terminado por vueltas suertudas del destino. Es el viaje que me hubiera gustado vivir en la universidad. La poesía y la narrativa son los temas de fondo. A. y A. han ido a buscarme, andando, a la estación y hemos ido al hostal en el barrio del Albaicín. Todo con mucho encanto, con mil recovecos y ambientillos varios, muy de patio, terraza, gorrioncillos, guitarra y luna llena. Tenemos el hostal entero a nuestra exclusiva disposición, con derecho a entrar hasta a la cocina. Después de las primeras presentaciones, B. le ha dado a cada persona un poemario distinto de la colección Adonáis, para ir leyendo de a poco durante la semana y trapichear poemas. Yo me he hecho con el de Ernestina de Champourcin, Presencia a oscuras, que leí hace mil años.
Este es un poema en el que pienso con frecuencia, en relación a muchas personas a las que he tenido la suerte de conocer, personas que son “the one store that’s open all night / and has nothing but necessities”, personas como las que yo quisiera ser.
I DON’T WANT TO BE A SPICE STORE Christian Wiman
I don’t want to be a spice store.
I don’t want to carry handcrafted Marseille soap,
or tsampa and yak butter,
or nine thousand varieties of wine.
Half the shops here don’t open till noon
and even the bookstore’s brined in charm.
I want to be the one store that’s open all night
and has nothing but necessities.
Something to get a fire going
and something to put one out.
A place where things stay frozen
and a place where they are sweet.
I want to hold within myself the possibility
of plugging one’s ears and easing one’s eyes;
superglue for ruptures that are,
one would have thought, irreparable,
a whole bevy of non-toxic solutions
for everyday disasters. I want to wait
brightly lit and with the patience
I never had as a child
for my father to find me open
on Christmas morning in his last-ditch, lone-wolf drive
for gifts. “Light of the World” penlight,
bobblehead compass, fuzzy dice.
I want to hum just a little with my own emptiness
at 4 a.m. To have little bells above my door.
To have a door.