Hemos tenido dos sesiones muy iluminadoras. Sergio Navarro nos ha dado una clase magistral sobre Federico García Lorca. Más tarde hemos estado con Fernando Arrendondo, en una sesión sobre la poesía más en general: cómo leer y disfrutar un poema. Me ha gustado el enfoque. Ha ido desgranando una serie de distinciones que ofrecían un mapa para orientarse en la poesía: la poesía como mimesis —representación de la realidad— o como “nueva” creación —una forma de “inventar” la realidad (nos ha recordado el verso de Huidobro: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh Poetas! Hacedla florecer en el poema”); la poesía como “edificio” —según un ritmo y métrica— o como “cascada” —una composición de imágenes que forman un único cuadro; la poesía con o sin argumento, literal o metafórica, etc. Hemos leído varios poemas y hemos dedicado un rato un poco más largo a uno de Lorca, “El Romance Sonámbulo” (el de “verde que te quiero verde”). “A un olmo seco” de Antonio Machado también ha salido en ambas sesiones.
Al final, nos ha regalado un par de copias de su edición de Antología de la luz, y me ha hecho ilusión ver que tenía “Receta para hacer una naranja”, un poema del que estuve hablando esa mañana cuando caminábamos por los naranjos de las calles de Granada, y el de hoy de Eloy Sánchez Rosillo, que ya tenía reservado para traerlo a este jardín durante estos días tan llenos de poesía.
Misa en Real Monasterio de San Jerónimo y cena en un restaurante árabe, a modo de celebración.
LA LUZ
Eloy Sánchez Rosillo
No se puede prever. Sucede siempre
cuando menos lo esperas. Puede pasar que vayas
por la calle, deprisa, porque se te hace tarde
para echar una carta en correos, o que
te encuentres en tu casa por la noche, leyendo
un libro que no acaba de convencerte; puede
acontecer también que sea verano
y que te hayas sentado en la terraza
de una cafetería, o que sea invierno y llueva
y te duelan los huesos; que estés triste o cansado,
que tengas treinta años o que tengas sesenta.
Resulta imprevisible. Nunca sabes
cuándo ni cómo ocurrirá.
Transcurre
tu vida igual que ayer, común y cotidiana.
«Un día más», te dices. Y de pronto,
se desata una luz poderosísima
en tu interior, y dejas de ser el hombre que eras
hace sólo un momento. El mundo, ahora,
es para ti distinto. Se dilata
mágicamente el tiempo, como en aquellos días
tan largos de la infancia, y respiras al margen
de su oscuro fluir y de su daño.
Praderas del presente, por las que vagas libre
de cuidados y culpas. Una acuidad insólita
te habita el ser: todo está claro, todo
ocupa su lugar, todo coincide, y tú,
sin lucha, lo comprendes.
Tal vez dura
un instante el milagro; después las cosas vuelven
a ser como eran antes de que esa luz te diera
tanta verdad, tanta misericordia.
Mas te sientes conforme, limpio, feliz, salvado,
lleno de gratitud. Y cantas, cantas.