Tour siguiéndole los pasos a Gonzalo Fernández de Córdoba, el gran capitán. Comida en Los Manueles. He caído en lo largas que están siendo nuestras comidas, en el mejor de los sentidos. Que los dos platos españoles no sólo ofrecen comida más abundante sino que se prestan a conversaciones mucho más largas. Lo mejor de la civilización.
Hemos tenido un café poético con Daniel y Jesús Cotta, José Julio Cabanillas y Fidel Villegas. Un rato de conversación amigable y espontánea con preguntas de las asistentes. Gracias a los ánimos de Fidel alguien se ha animado a leer un poema propio, y a raíz del poema se ha hablado de “Un olmo seco”—un poema que también salió en las charlas de Sergio Navarro y Fernando Arredondo.
Más tarde ha sido la presentación del nuevo libro de Daniel Cotta, Aquí, entre nosotros, que ha editado Númenor. Cabanillas ha hecho la introducción, en la que ha dicho que aquí está el Cotta más maduro, y Cotta ha leído un buen puñado de poemas emocionantes, de esos que piden la respuesta de un aplauso. Me ha entusiasmado el de la infancia de Dios Padre. Antonio Machado ha vuelto a salir al hilo de otro poema de Cotta sobre un abejorro. Nos han animado a que leyéramos “Las moscas”, otro poema que también salió en la sesión con Arredondo. Han dado mucho juego los ecos inesperados de uno a otro día.
Después de la cena de pinchos y de un helado, nos hemos parado un rato en las terrazas junto al río, debajo de la Alhambra. Un par de personas se han animado a leer sus poemas. Los poetas han creado el ambiente propicio y después de muchas dudas, han ido aflorando los poemas que permanecían ocultos en unas notas del móvil.
El de hoy es un poema que me gusta mucho sobre la imaginación y el mundo interior que cultivamos en la lectura y la escritura, ese mundo interior que requiere la cierta soledad —no del todo solitaria— de la que ha hablado Cabanillas en la tertulia. (Matthew Zapruder dice en Why Poetry que es su poema favorito).
FINAL SOLILOQUY OF THE INTERIOR PARAMOUR
Wallace Stevens
Light the first light of evening, as in a room
In which we rest and, for small reason, think
The world imagined is the ultimate good.
This is, therefore, the intensest rendezvous.
It is in that thought that we collect ourselves,
Out of all the indifferences, into one thing:
Within a single thing, a single shawl
Wrapped tightly round us, since we are poor, a warmth,
A light, a power, the miraculous influence.
Here, now, we forget each other and ourselves.
We feel the obscurity of an order, a whole,
A knowledge, that which arranged the rendezvous.
Within its vital boundary, in the mind.
We say God and the imagination are one...
How high that highest candle lights the dark.
Out of this same light, out of the central mind,
We make a dwelling in the evening air,
In which being there together is enough.