Me han servido mucho las ideas de mi amiga V. para hacer un taller de escritura durante nuestros encuentros granadinos. Siempre sorprende lo que puede salir en unos minutos de escritura y los descubrimientos que se hacen en el camino. Uno se sorprende de sí mismo y, sobre todo, de lo que logran los demás. Creo que a muchas les ha asombrado ver lo que otras habían escrito, como si viejas conocidas de repente se hubieran convertido en fascinates desconocidas, con todo un mundo interior inédito e intrigante.
Paseo por el Carmen de los Mártires, donde san Juan escribió Subida del Monte Carmelo, Noche oscura del alma, Cántico espiritual y Llama de amor viva. Luego, visita nocturna a los Palacios Nazaríes de la Alhambra. Había un evento del Festival de Música y Danza y estaban vendiendo comida y cervezas fuera del Palacio de Carlos V. Me he tomado una de las cervezas que mejor me ha sabido, por el calor y lo que la esperaba: Una Alhambra Reserva en la Alhambra.
Creciente de luna sobre las torres, poesía en las paredes, y mucha historia gracias a nuestra guía. Todo ideal.
Como decía ayer, “A un olmo seco” ha merecido una mención en varias de las sesiones poéticas que hemos tenido. Lo traigo en recuerdo de estos días. He buscado el poema de Machado que había elegido para la Antología pasada y me ha emocionado ver el pequeño comentario introductorio que puse entonces—una nostalgia de España que terminaba con un “qué grande España”. Lo vuelvo a decir ahora, esta vez desde dentro, sin necesidad de nostalgia.
A UN OLMO SECO
Antonio Machado
Al olmo viejo, hendido por el rayo
y en su mitad podrido,
con las lluvias de abril y el sol de mayo
algunas hojas verdes le han salido.
¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.
No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.
Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
urden sus telas grises las arañas.
Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas en alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.