He tenido la suerte de estar en un panel con Carmelo Guillén y Jesús Montiel en el Centro Artístico, Literario y Científico de Granada. Una mezcla de extrañeza y agradecimiento, mientras trataba de articular lo que ellos sabían expresar mucho mejor. Ante la pregunta que por qué verso quisiéramos que se nos recordara después de muertos, Carmelo dijo que sería mejor que se le recordara por haber sabido ser un buen amigo y Jesús dijo que por la práctica de aquel aforismo suyo: “Amé: Currículum para la muerte”.
Después del panel los tres hemos compartido mesa durante la comida, también con Pepe —el gran amigo de Carmelo—, Ana, Fidel y Ale. Paella en un hostal muy chulo, donde también tuvimos la tertulia con Cabanillas y los hermanos Cotta hace un par de días. A la comida la siguió un recital. Jesús leyó un par de poemas nuevos y Carmelo recitó dos suyos sobre la amistad, ya clásicos, “De amigos ando bien” y “Hay gente mejor que yo”, con esa voz que llenaba todo el lugar, que emocionaba. Poco a poco otras personas se fueron animando a recitar sus poemas y alguno de los escritos del taller de ayer.
Por la tarde teníamos planeado un tour por el Albaicín. A. comentó que le daba pena irse de Granada sin haber visitado a la patrona de la ciudad, así que un pequeño grupo nos unimos a este otro plan de ir a ver a la Virgen de las Angustias. Después nos fuimos a caminar por el Realejo, sin un rumbo específico. Sabía que la Virgen del Rosario estaba por allí, pero como antes había buscando en Google Maps sin éxito, no tenía ya intención de buscarla. Creo que la repentina ocurrencia de preguntarle a una señora que pasaba por ahí si sabía dónde estaba la Virgen del Rosario fue inspiración divina. Me dijo que estábamos al lado de la Iglesia de santo Domingo, donde podíamos ver a la Virgen. Entramos justo cuando se estaba acabando una Misa. Le pregunté a un señor si podíamos subir al camarín, pero me dijo que no, que había que hacer una reserva, que fuera de la iglesia podría encontrar toda la información. Le dije que ya nos íbamos temprano al día siguiente y me contestó que lo sentía mucho pero que ya era demasiado tarde, que si quería, le podía preguntar a “ese chico de allí, el de barba, de espaldas, con la camisa azul”, que estaba hablando con unas señoras. El chico me dijo que sí, que reuniera a mi grupo y nos llevaba.
Yo pedía como un mendigo, pensando que bastaba con abrir una puertecita lateral, pero el chico nos dio como el nobilísimo rey que era. Salimos de la iglesia, para entrar por la zona aledaña que da al camarín, y nos explicó con detalle la historia de la Virgen del Rosario. Nos acompañó también una señora mayor que estaba en la Iglesia, cofrade de la Virgen. Más tarde nos dijo que el chico en cuestión no le decía nunca que no a nadie que quisiera ver a la Virgen. Entramos por la cripta y nos explicó que el recorrido iba de los infiernos a los cielos, de la cripta al lugar donde estaba la Virgen Reina. Que el camarín estaba pensado como una representación del cielo, con sus espejos y sus joyas y las pinturas que imitaban el Palacio de Versalles sugiriendo que el cielo era todo eso y mucho más.
La manera cómo nos iba contando todo hacía de su fe algo palpable. Cuando estábamos contemplando a la Virgen en su vestido de plata y de piedras preciosas (al parecer, algo poco usual, pues suele estar cubierto con el vestido de tela), el chico comenzó a rezar y nos invitó a unirnos a su oración. Estaba claro que no estábamos allí como meras espectadoras, que lo barroco no era sólo un asunto de interés artístico, que la imagen del cielo que habían querido recrear no era una mera imagen. Estaba claro el amor con que se había cuidado a la Virgen en ese lugar desde hacía siglos, que la Virgen, como decía A. después, estaba allí muy presente. Salimos del camarín un poco transfiguradas, como bajando del Tabor, aún sorprendidas de que hubiéramos estado allí, casi por accidente, y que por poco nos vamos de Granada sin haber visitado el cielo.
El primer día habíamos hablado de las “pepitas de oro” de las que escribe E.G-M. en el contexto de llevar un diario: una idea que también está detrás de este blog. En la cena de despedida, en el hostel, en un ambiente muy familiar, fuimos hilando nuestras “pepitas de oro” de la semana. Mucha alegría y agradecimiento.
NOCTURNO
Jesús Montiel
¿Qué misteriosa ley ha permitido
a los ojos del hombre habituarse
a noches como ésta con sus astros
vibrando sobre el mapa y las estrellas?
Es extraño tener que recordarme
la dicha de estar vivo para no
desatender el don de la presencia
en un instante así como el de ahora,
obligarme a salir
del santuario gris de la costumbre
para asomar el corazón sediento
a este paisaje negro y reanimarlo
con la copla del grillo.
Entonces me estremece un sentimiento
poderoso de chocante gratitud,
como si el mundo fuera una gran fiesta
a la que todos somos invitados
y su anfitrión su Dios que nos seduce.
Creyó haber encontrado una pepita, y llevaba en el bolsillo la montaña entera.