Hacía unos 13 años no iba a la Universidad de la Sabana y me encontré con un campus deslumbrante. Ya era bonito entonces, pero está todavía mejor. Ahora el centro de gravedad está en un edificio “nuevo” (para mí), enorme y versátil, moderno (en el buen sentido), que da gusto. Sigue teniendo su plaza “colonial”, de mucho encanto. Los jardines me han llamado tanto la atención que me hicieron sentir un poco extranjera.



Además de los jardines, era todo un paraíso de pájaros. La mascota “oficial” es una garza blanca, que también vi por ahí. Había unos árboles por los caminos con flores rojas que parecían escobillones, llenos de colibríes (esas “joyas voladoras”, como las llama Brian Doyle en ese ensayo que tanto me gusta). Y desde la mesa donde estuve comiendo con M. y S., veíamos más colibríes acercarse a las flores. Una gozada.



Con los colibríes tengo mi historia. Siempre me han entusiasmado. En mi reciente visita a la casa de mis padres me encontré con una foto del 2013, cuando un colibrí me lamió la mano. No estaba muy bien el pobre, pero fue uno de unos momentos de comunión con el universo y de emoción por el milagro de la vida. Qué pena que en Europa no haya colibríes… esas joyas voladoras, ¡con lo millonario que te hacen sentir!
VER UN COLIBRÍ
Raúl Bañuelos
A Alfredo Zitarrosa
Y a Carlos Pellicer
Ver un colibrí es tener una visión.
Pájaro en dos alas temporales,
llega del futuro a volar sobre el es y el qué será.
Tiene largo el pico para caber siempre en una flor.
Hace su actuar en un dos por tres
que nada tiene que ver con la prisa.
Su cuerpo es del tamaño de un pajarito.
Su interioridad es visible en el aire.
Su canto se escucha con los ojos abiertos.
Lo mismo que el salmón y la ballena,
el colibrí es un milagro vivo.
EI día se puede dividir en antes y después del colibrí.
Ver un colibrí es ver una aparición.
No se puede tocar con las manos.
Algo se trae con el misterio.
Da todo lo que tiene y es en un momento,
llevándose al partir su propio sabor en el pico.
Y al volar a otro espacio que uno desconoce,
el asombro parece aguardar otra sorpresa:
la lluvia, el arcoíris sobre el patio, o algo semejante.
Pero él se va y no vuelve cuando lo esperan.
Siendo una presencia absoluta,
el colibrí está por verse siempre.
Cuando se va deja algo de sí permaneciendo.
Y deja el recuerdo de haber visto el mediodía
encarnado en dos alas, un pico y unos colores rápidos
parados en la punta del aire.
Un día vi muerto un colibrí.
Y vi la muerte arrodillada en sus dos ojos sorprendidos
y no lo pude creer muerto.
Sigo sin creerlo:
Este amanecer me pareció verlo entrar por la ventana.