Se ha terminado la espera. Ayer en la mañana fui a recoger el pasaporte con el visado. Deo gratias!
Tenía la misión de ir a varias librerías bogotanas. Entre una y otra se me fue la mañana y parte de la tarde. Primero pasé por Wilborada 1047, una casa-librería con mucho encanto. Abrían a las 10:47 am (eso ponía en la entrada y en Google Maps) y como llegué un poco antes estuve leyendo un rato a la vuelta de la esquina. Un libro que, por cierto, me está interesando mucho más de lo que pensaba: Historia de Ediciones Rialp. ¿Cuántas editoriales tienen escritas sus historias? Es fascinante no sólo por la historia de la editorial sino también de la España de entonces.
En la entrada de Wilborada hay una inscripción griega ΨΥΧHΣ IATΡEION, “botica para el alma”, que parece que ya estaba en alguna librería antigua. Al entrar, da la impresión de ser un lugar pequeño, pero una vez pasas la primera estancia, la casa —porque eso es, una casa— se abre, como invitándote a entrar, a subir al segundo piso y al tercero, un ático con libros para niños, novelas gráficos y libros ilustrados entre los que atisbé, para mi sorpresa, La crítica a la razón pura (son libros de la Editorial Alma: Yo quisiera Las Confesiones y Walden). Después estuve en Tornamesa, otra librería grande y encantadora, donde me topé con esta edición de los Escolios de Gómez Dávila que siempre he querido tener, y finalmente me pasé por el Verbo Divino, donde venden “lo católico” que no venden en estas otras librerías. Terminé con ciertas ganas de convertirme en librera.
Fue apenas hace unos pocos años que caí en la que Virgen del Carmen y la Stella Maris son la misma advocación, a la que se le reza por un camino seguro. Es lo que pido hoy que empiezo los preparativos para volver a España mañana, ya con visa en mano y muchas ilusiones. Iter para tutum! (En traducción de Lope de Vega, “camino firme allana”).
ROMANCE DE LOS CARGADORES DE LA ISLA
José María Pemán
¡Cargadores de la Isla,
mecedla con suavidad,
que lleváis sobre los hombros
a la Reina de la mar!
Cargadores de la Isla:
esa que vais a sacar
es la Virgen marinera,
que huele a marisco y sal;
la que llamaban Señora
y Capitana, al rezar,
los abuelos que tenían
claras almas de cristal
bajo la recia envoltura
de sus capotes de mar;
la que apacienta las olas
los días de tempestad;
la que esta tarde de julio
el crepúsculo honrará
colgando nubes de grana
por los balcones del mar.
Yo la vi que estaba triste
la Señora en el altar.
Su rostro llenaba el lirio
de una palidez mortal.
–¿Qué te pasa, mi Señora,
Capitana de la mar,
que más que Virgen del Carmen,
pareces de la Piedad?
–Tres años hace, tres años,
que me estoy sin ver la mar,
sin oler las algas verdes
y sin ver la claridad.
¡Mis hijos, los de la Isla,
ya no me quieren sacar!
–No lloréis, Señora mía,
que dice un viejo refrán,
que la fortuna y el sol
igual vuelven que se van.
¡Cargadores de la Isla,
marineros de la mar!:
La Señora estaba triste:
si la queréis consolar,
cuando la saquéis, mecedla
de esa manera especial,
hecha de tango y ternura
y de vaivenes de mar,
como se mecen los santos
desde los puertos a acá,
¡como no saben mecerlos
en ninguna parte más!
Tú, cargador, que no sabes
rezar la Salve, quizás:
si cuando la saques, meces
el paso, con buen compás,
aunque no sepas la Salve,
Dios te lo perdonará...,
¡que mecer así a la Virgen,
ya es un modo de rezar!