28. Saint Thomas and the Forbidden Birds (James Matthew Wilson)
Por qué no hay que comer abubillas
Este año se celebran los 800 años del nacimiento de santo Tomás de Aquino. Como no se sabe exactamente el día de su nacimiento, hoy, día de su fiesta, es el momento ideal para celebrarlo. El año pasado se celebraban los 750 años de su muerte y el anterior los 700 de su canonización, así que los dominicos lo ha celebrado por todo lo alto y nos han traído el cráneo de san Tomás a la Dominican House of Studies de Washington. Allí estuve el diciembre pasado pidiendo la sabiduría de saber pedir lo que pedía el Aquinate: Non aliam, Domine, nisi te ipsum. Nada que no sea Dios mismo.
El poema está basado en la respuesta a un objeción en una de las cuestiones del tratado de la ley en la Suma Teológica (I-II, q. 102, a. 6, ad 1). Es el tratado en el que santo Tomás examina por separado la ley eterna, natural, humana, antigua y evangélica. En las cuestiones sobre la ley antigua, el de Aquino se pregunta por la razón de los preceptos ceremoniales y, en concreto, si tienen un causa razonable todas las observancias de la ley antigua, como las múltiples prohibiciones que aparecen en el Levítico y el Deuteronomio. Parece que no, dice la primera objeción, porque “dice el Apóstol en 1 Tim. 4,4: Toda criatura de Dios es buena, y nada hay reprobable, tomado con hacimiento de gracias. Luego no hay razón para prohibir la comida de ciertos alimentos por inmundos, como aparece en Lev. 11 (cf. Dt. 14).”
Leer la Suma tiene algo de thriller. Lee uno las objeciones y piensa, “¿cómo va a salir santo Tomás de esta?”
La respuesta a la objeción es bastante larga, porque son muchas las prohibiciones alimenticias que tiene que explicar, como estas aves prohibidas del Levítico:
De entre las aves tendréis por abominables y no podréis comer, pues son abominación, las siguientes: el águila, el quebrantahuesos, el esmerejón, el milano, el buitre en todas sus especies, el cuervo de la especie que sea; el avestruz, el halcón, la gaviota y el azor de cualquier especie; el búho, el somormujo, el ibis, el cisne, el pelícano, el calamón, la cigüeña, la garza de la especie que sea, la abubilla y el murciélago. (Lev. 11, 13-19)
Como amante de murciélagos y aves, no tengo objeción de que aparezca un murciélago entre las aves y estas prohibiciones me parecen más que razonables, porque las aves son criaturas favoritas de los cielos. Pero santo Tomás, poco dado a razonamientos emotivistas e infatigable como es, va y se pone a explicar una a una “las razones figurativas” de que se aparezcan estas aves como prohibidas. Es una cosa muy seria, pero es imposible no leerla con cierta sorna, porque somos muy postmodernos y hemos perdido la mirada simbólica hacia la realidad. El final del poema logra sacudirnos de esa mirada irónica y anhelar la capacidad de mirar y escuchar la realidad que sólo tienen los santos.

SAINT THOMAS AND THE FORBIDDEN BIRDS
James Matthew Wilson
Beyond the window, morning sparrows made
Their song as if the whole world’s goodness paid
Its plenty out for them and them alone.
The old saint heard their joy and squelched a moan
As his legs, stiff and heavy still with sleep,
Arranged themselves beneath his cassocked heap
Of belly. Where had he left off before?
He asked his three amanuenses, more
For their sakes—sprightly fingers, sluggish minds—
Than his. One said, with the forbidden kinds
Of birds and what their figures signified
For Moses, who charged the eagle’s flight with pride.
Aquinas sat a moment, mind withdrawn
From his mouth’s taste of buttered loaves, the song
Without, the wish for more wood in the fire
To clear the frost from stone or to admire
The cool swift brilliance of all he said
As a swan plumes its white and well-turned head.
He spoke: the long-beaked ibis feeds on snakes
To represent the man whom nothing slakes.
Feasting upon dead bodies’ opened gore,
The vulture symbols all who thrive through war.
When Noah let the raven out to fly
It never did return, to signify
Such men whose souls are blackened by foul lust
Or who, unkind, won’t give back trust for trust.
Within the plodding puffball ostrich
Is figured those weighed down with growing rich
And, hearing God’s call, plant their soiled head.
Plovers like gossips on stray words are fed.
And who, on seeing the gull, does not admire
That its bright wings to heaven may aspire,
And yet, it wastes its hours in the sea
Gorging on fishy sensuality?
The hoopoe builds its nest on heaps of dung,
Just as despair’s eyes view the world all wrong.
He paused then, at the thought of earthly sorrows,
Our sickly past, incarnadine tomorrows,
The myriad things that whistle arcane truth
To please old minds and to instruct raw youth,
And bore down on his broken knees to pray
For such a world that had so much to say.