Sigue siendo un invierno de lo más inusual en Washington. Hoy ha nevado ¡otra vez! Han cerrado universidades y colegios a medio día y ya se han cancelado las clases de mañana. Otro snow day.
Yo he salido al bosquecillo del barrio, unas dos horas después de que hubiera empezado a nevar. Iba caminando en medio de la carretera, con la nieve aún fresca y el placer de ir dejando huellas por un manto limpísimo, por el que en breve trajinarían los coches.
En el bosquecillo, me gusta ver cómo se va acumulando la nieve en las hiedras que trepan por los troncos de los árboles, en las ramitas más delgadas, en las hojas más pequeñas, con esa delicadeza tan suya, que no cae, sino que, grácil, se posa.
Al bosquecillo siempre llego rezando. Tiene razón Amado Nervo cuando ve la nieve rezar al caer. Yo también me uno a la jaculatoria, aunque la última palabra me haga dudar un poco: ¿fría? Quizá, pero en clave de aquello de Ángel González: “No fue un sueño, lo vi: / La nieve ardía.”
JACULATORIA A LA NIEVE
Amado Nervo
¡Qué milagrosa es la Naturaleza!
Pues, ¿no da luz la nieve? Inmaculada
y misteriosa, trémula y callada,
paréceme que mudamente reza
al caer... ¡Oh nevada!:
tu ingrávida y glacial eucaristía
hoy del pecado de vivir me absuelva
y haga que, como tú, mi alma se vuelva
fúlgida, blanca, silenciosa y fría.
UNA DELICIA
¡Preciosa!