5. A Child in Snow and Sleep (Marly Youmans)
“A Twelfth Night Party—and a Twelfth Night Reading”. Así era el asunto de un correo que Tessa nos envío hace un par de días. Nos invitaba a su casa para celebrar la Epifanía leyendo Noche de Reyes, la obra que Shakespeare compuso—según parece—para que fuera representada como parte de los festivales que tenían lugar en estas fechas.
Con cierta frecuencia Tessa y Charles organizan “play-readings” en su casa, y siempre son un gozada. Leemos entre los grititos de los niños que corren, los tropiezos de alguno en una mesa, el llanto de un bebé. Tessa y Charles tienen 4 hijos (de 9, 6, 1, y uno en camino), y es una maravilla ver cómo a los dos mayores les gusta Shakespeare. A., el de 6, estaba enfermo, en cama, y muy decepcionado de no poder asistir (tenía el consuelo de que pronto tendrán otra “play-reading” de Sir Gawain and the Green Knight). C., la de 9 años, ha estado allí con nosotros, como una más, y al final, cuando alguien ha dicho que la próxima obra que quería leer era La Tempestad, C. fue a traer su copia de La Tempestad, una de sus obras favoritas. Son unos niños fascinantes, felicisímos, educados muy lejos de las pantallas y muy cerca de Faerie. Podría escribir todo un artículo de ellos y lo que yo, desde la distancia, veo como frutos riquísimos de una educación en el asombro. Si habéis leído la Señorita Prim, os podéis hacer una idea. Tessa, además de ser madre y educadora, también es escritora, así que si queréis saber sus secretos, podéis empezar por aquí, seguir por aquí, y seguir ahondando por aquí. No es casualidad que vivan en una comunidad como esta, en la que no es raro que muchas familias se comprometan a vivir más intencionalmente en comunidad, en un ambiente un poco menos tecnológico. Muchos incluso hacen un “Postman Pledge”, inspirado en ideas de Neil Postman, Wendell Berry, Marshall McLuhan, John Senior, George Bernanos… (Para los lectores de Prim, quizá no sea exagerado hablar de un San Ireneo de Artois real, a sólo unos kilómetros del Capitolio).
Leah y Alexi también han venido con sus tres hijos (de 5 para abajo). Uno de los momentos más emocionantes de la noche fue cuando Leah comenzó a cantar su parte como el bufón Feste y su hija de 3 años, que la miraba con ojos entre admirados y pícaros, se le unió al canto. Cuando hemos vuelto a casa, María y yo hemos visto la película de 1996, con Helena Bonham Carter como Olivia, y nos ha entusiasmado particularmente esa escena en la que Feste canta su primera canción (O Mistress Mine) y cómo superponen magistralmente la canción con otras escenas. Aquí está, por si os interesa.
El poema que traigo hoy es de Marly Youmans, una poeta que conocí precisamente en casa de Tessa y Charles, con ocasión de la publicación de su libro Seren of the Wildwood. Youmans también vive muy cerca de Faerie y tiene una capacidad especial para hablar del misterio y hacer un poco más misterioso—sin volverlo oscuro—el mundo y sus sucesos.
Hay predicción de nieve para esta noche y para mañana, nuestros dos días de Reyes. Con este poema evocador de Youmans adelanto la nieve algunas horas. Yo también soy “a southern child” y la nieve me hace la misma ilusión que le hace a un niño.
A CHILD IN SNOW AND SLEEP
Marly Youmans
The first I ever knew the weight of snow Or slantwise slip of stars across the air And glowing revelation in the dusk, A hush and secrecy stayed in my mind As if it longed to speak to me but knew That wordlessness had potency to yield Some news of wonder to a Southern child. The sculptor down the block began to build From snow—a squat and bulky, hunkered thing, And then one more, mysterious to us, Although my father showed me images Of mudbrick mastabas that looked as strange, And not like places made to lodge and hide Some queen or king for all eternity. And every night, snow falling more and more, The sculptor worked the snow and made his dream… We children slept so deeply in the snows That seemed the very soul of soundlessness, Though sometimes whispered white noise to our ears, But woke up wild to see what he had made Under the clouds that hid the stars and moon. I wonder what the sculptor meant to make, Remembering those heavy, snowborn thighs, The thickness of those bodies on their thrones And mute, impassive faces under crowns. Was she some goddess, moonlight in her brain, And he some ancient god of storm and sun, Two snowy idols, Baal and Asherah? Time wears away at memories; perhaps They were chess pieces like the Lewis hoard With its shield-biter berserkers as rooks, Its staring, pensive queens with hand on cheek And bug-eyed kings, each with lap-baby sword, Two souvenirs of the medieval world Tumbled from some barrow in the heavens. To wonder is to say the world is more Than we see commonly—I longed to know If the snowy giants stirred at evening, And if they might be cold and fierce enough To topple trees and houses while we slept, Or if they might peer into lamplit rooms, Yearning to be less stellar, more human. The night the stars and moon appeared once more, I dreamed a branch of brambles cast from gold That burned and slowly waved inside a fire, A loveliness that grew as snowflakes fell And glittered in the heat around the bough, Becoming golden letters that spelled out A word of making, spring, and mystery.