He estado dándole vueltas a la idea de los “microcolleges” a raíz de mi conversación con R. el otro día. Me contó que va a dar una clase en Thoreau College en abril, el “microcollege” que utiliza este término para su proyecto educativo. Tengo clarísimo que la universidad está en crisis y que son otros los ambientes donde se puede cultivar más y mejor la vida intelectual. Lugares pequeños, con un puñadito de estudiantes, cierto trabajo manual, seriedad en la lectura de grandes libros, pobreza tecnológica, muchas conversaciones, la búsqueda del sentido como una motivación explícita, la amistad como principio de la indagación de la verdad. Sin títulos universitarios. Que la universidad se encargue de eso. El Matthew Strother Center for The Examined Life es un ejemplo más informal de lo que tengo en mente. Luego está el mucho más intensivo y fascinante Deep Springs College.
Lo hablé con K., con quien comparto este tipo de ilusiones. La diferencia es que yo siempre me quedo en las ideas-ideales… mientras que K. es mujer de acción y sabe ponerle patas a las ideas. Hoy hemos vuelto a hablar y me impresionado la claridad, la visión, la certeza de que, si en realidad lo quisiéramos, es sólo una cuestión de ponernos en ello.
A raíz de la muerte del profesor Alejandro Llano, alguien me envió un texto suyo sobre la universidad en el que dice que uno de los motivos de la “implosión” de la institución universitaria es la crisis del valor de la amistad que experimentamos en nuestra cultura. Me sorprendió. Yo hubiera dicho otras mil cosas primero, pero esto me resultó iluminador.
En el texto dice cosas preciosas sobre la amistad:
Se ha dicho, con razón, que hay una única desgracia: estar solo. Expresado de manera positiva: un elemento constitutivo de la vida lograda es la compañía benevolente y afectuosa de otras personas a las que quiero y por las que me dejo querer. En este mundo, puedo prescindir de casi todo, pero no puedo vivir sin amigos. Al menos, no me resulta posible llevar una existencia a la altura de la condición humana, la cual –en uno de sus aspectos más radicales- consiste en la conversación, afectuosamente correspondida, con otros hombres y mujeres a quienes trato y por quienes soy tratado en pie de igualdad. El amigo es otro yo. A través de él, mi libertad se entrelaza con otras libertades. Adquiere una resonancia dialógica, y me hace capaz de adquirir el saber y de forjar mi temple ético. Ya no se oye sólo mi propia voz o su eco electrónico. Otras vidas, otras voces, llenan mi vida. Y la plenitud existencial resulta imposible sin intentar vivir la vida de los demás y sin dejar que los demás vivan mi propia vida, que así se refracta y se potencia; porque –como también decía Aristóteles- lo que puedo a través de mis amigos es como si lo pudiera yo mismo. Con-vivo la vida de los demás y ellos viven también con la mía. El poeta Pedro Salinas acierta plenamente cuando sitúa la alegría más alta –la excelencia vital- en “vivir en los pronombres”. ¡Qué extraordinaria experiencia la de des-vivirse por los demás! Y- otra vez Salinas- “¡qué dicha da vivir sintiéndose vivido!”
De LA VOZ A TI DEBIDA
Pedro Salinas
Para vivir no quiero
islas, palacios, torres.
¡Qué alegría más alta:
vivir en los pronombres!
Quítate ya los trajes,
las señas, los retratos;
yo no te quiero así,
disfrazada de otra,
hija siempre de algo.
Te quiero pura, libre,
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes
del mundo,
sólo tú serás tú.
Y cuando me preguntes
quién es el que te llama,
el que te quiere suya,
enterraré los nombres,
los rótulos, la historia.
Iré rompiendo todo
lo que encima me echaron
desde antes de nacer.
Y vuelto ya al anónimo
eterno del desnudo,
de la piedra, del mundo,
te diré:
«Yo te quiero, soy yo».
El otro fragmento que menciona de "La voz a ti debida" que empieza con "Qué alegría, vivir sintiéndose vivido", creí morir cuando lo leí por primera vez.