Durante todos estos años he trabajado en la biblioteca de la universidad: en el “welcome desk”, tomando la información de los visitantes, en el “circulation desk”, donde se hacen los préstamos y devoluciones, en el “information desk”, respondiendo preguntas varias, y el los “stacks”, poniendo nuevamente los libros en su sitio. Hay un buen puñado de estudiantes que trabajan en estas posiciones y, naturalmente, cambian constantemente. Son las típicas posiciones temporales. Yo llevo tanto tiempo que ya he superado incluso al staff permanente de la primera planta—los que lidian más directamente con el público. He vivido grandes cambios en los “sistemas”, así que a veces digo algo que suena bastante abuela Cebolleta. Ya hasta bromeamos al respecto. En fin, la biblioteca es lo que más extrañaré de la universidad. No estos trabajos en concreto, aunque los he disfrutado, sino la magia de querer un libro y verlo materializarse. Si no está en la universidad, te lo traen de donde sea: ya sea otra universidad en DC, en Estados Unidos, en el mundo mundial. Se siente como un tipo malcrianza, con sus vicios y concupiscencias. Pero bueno, ¡que nos quiten lo bailado!
ÉGLOGA EN LA BIBLIOTECA
Felipe Benítez Reyes
Cierro los ojos y veo
el sol tender los rayos de su lumbre
como lo vio Garcilaso.
Oigo
la huida de unos ciervos temerosos.
Me ampara
el dosel de humedad de la fronda del haya
en que Virgilio recostó a Títiro,
el pastor que ensayaba silvestres melodías
con su caramillo delgado.
Siento el frío
de las verdes esmeraldas enlutadas
con que Lope de Vega
lamentó las desdichas de Amarilis.
Junto al olmo de los sueños vanos
que imaginó Barahona de Soto me detengo
y Teócrito me recuerda
que todo allá en el Hades es ya olvido.
Abro al azar el tomo de Petrarca y leo esa estrofa
en que habla de alcanzar lo imposible y no pensado.
(Un aleteo de pájaros veloces
que siembran en el aire sus querellas,
el prado de una amena sombra lleno...).
Estoy aquí, frente a las baldas de los clásicos,
y estoy en otra parte, en otros siglos,
en una Arcadia artificiosa
en la que todos cantan desventuras
y, sin embargo, qué aroma a yerba nueva,
qué limpia el agua va por esos versos,
por el silencio de la selva umbrosa,
y en ellos mi sentir qué venturoso,
vagando por la vida imaginaria,
peregrino de mundos que no existen,
fugitiva de sí Melancolía.