65. Invocación (Raquel Lanseros)
Los últimos meses de la tesis estuvieron tan llenos de un propósito claro y casi exclusivo, que estos días me resultan un poco desconcertantes. No porque no sepa qué hacer, sino porque de repente se han abierto muchos frentes. Curiosamente, por ejemplo, me ha resultado un poco más difícil escribir el blog. Además de la nostalgia que me acompaña —todo lo veo, como decía el otro día, con ojos un poco más vulnerables— hay decisiones por tomar, planes por hacer, proyectos pendientes que he de decidir si retomar o dejar aún en remojo.
Estos días he ido a la biblioteca con un montón de libros de distintos “proyectos pendientes”. En el fondo, ha sido una manera de procrastinar la decisión. Los llevo a la biblioteca con la ilusión de definir allí el plan, pero tengo otros proyectos también sin libros, así que he terminado volviendo a casa con los libros sin abrir y otros frentes a medio comenzar. Es lo que algunas llaman “the problem with optionality” y con frecuencia pienso —porque lo veo en mí misma— que es uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, relacionado con ese otro que conozco bien, “la parálisis del análisis”, que tan bien expresa Hamlet: “And thus the native hue of resolution / Is sicklied o'er with the pale cast of thought”.
INVOCACIÓN
Raquel Lanseros
Que no crezca jamás en mis entrañas
esa calma aparente llamada escepticismo.
Huya yo del resabio,
del cinismo,
de la imparcialidad de hombros encogidos.
Crea yo siempre en la vida
crea yo siempre
en las mil infinitas posibilidades.
Engáñenme los cantos de sirenas
tenga mi alma siempre un pellizco de ingenua.
Que nunca se parezca mi epidermis
a la piel de un paquidermo inconmovible,
helado.
Llore yo todavía
por sueños imposibles
por amores prohibidos
por fantasías de niña hechas añicos.
Huya yo del realismo encorsetado.
Consérvense en mis labios las canciones,
muchas y muy ruidosas y con muchos acordes.
Por si vinieran tiempos de silencio.