67. Alto álamo (Pedro Sevilla)
Hace mucho que no veía a Dr. W., que fue quien me dirigió la tesis del Máster sobre san Agustín y para quien trabajé los primeros años en la universidad. Hoy hemos quedado para “ponernos al día”. Lleva unos 30 años trabajando en la edición crítica del comentario de santo Tomás a la Meteorología de Aristóteles que algún día publicará la Comisión Leonina. Hasta el COVID no tenía ordenador ni wifi en casa y aún sobrevive sin móvil (ni siquiera un cacharro sin internet). Su modo de hacer “scrolling” en el bus es sacar esta edición de bolsillo de La Divina Comedia, que me compré hace años por puro deseo mimético. Fue el que me introdujo a Boecio (que, por cierto, está de aniversario) y fue en una clase suya que leí por primera vez la Vita Nuova, el Convivio y la Commedia de Dante. Es un gran amante de T.S. Eliot, así que creo que fueron sus conversaciones las que me llevaron a abrir finalmente La tierra baldía y los Cuatro Cuartetos. Cuánto le debemos a nuestros maestros.
Me he acordado de la descripción de los árboles en El Jardín de los Finzi-Contini: “i grandi, i quieti, i forti, i pensierosi”. Alejandro Llano, otro maestro, decía que así quería que fueran sus estudiantes: magnánimos, silenciosos, fuertes, pensativos. Es un proyecto de vida.
ALTO ÁLAMO
Pedro Sevilla
Gracias a que mis pobres palabras no lograron
cantar tu gracia,
fijar la maravilla de tu altura,
hoy sigues siendo un álamo, un anhelo,
y no la mariposa disecada
de una emoción prendida en mi libreta.
Si aquellos días dulces de octubre ya pasados
que viví contemplándote,
yo hubiera conseguido con palabras y ritmo
descifrar tu secreto,
convertir tu hermosura en un poema,
tu esencia en adjetivos y en conceptos,
ya te habría olvidado
como se olvida un logro ya cumplido.
Sin embargo ahí estás, eterno, irreductible
gracias a mi torpeza,
palpitando en mi alma con tu misterio a salvo.