Las últimas floraciones: jacintos —en el jardín de la basílica, por donde paso para ir a la biblioteca— y “periwinkle” (vinca en latín, ¿pervinca, en español?) —en el jardín frente a mi casa.
Periwinkle me parece un nombre mágico. Quizá porque tiene un eco a Tinker Bell (el hada de Peter Pan) o porque también me suena a un verbo que me gusta, “twinkle” (“centellear”, “titilar”), que siempre trae en sí el eco de una estrella, como en esa canción de cuna “twinkle, twinkle, little star”. El periwinkle, con sus cinco pétalos como cinco puntas, tiene algo de pequeña estrella de la tierra y, por tanto, del brillo de unos ojos (“she has a twinkle in her eye”, decimos de alguien enamorado o ilusionado por la vida).
Estos días, los jacintos, los periwinkles, los cerezos que ya están floreciendo, son para mí lo que para Enrique Andrés Ruiz son sus “robledales pardos”.
(Este fue el cuadro que más me cautivó en mi última visita al ala del impresionismo en la National Gallery).
Enrique Andrés Ruiz
El que busca sabe lo que busca,
nadie que busca algo lo desconoce
por completo, todos lo sabemos,
lo gustamos: Luz que saja, la Verdad
que escuece, la Alegría.
No tengas miedo a las mayúsculas,
sólo quieren decir que no encontramos
y que no vemos lo que buscamos
pero que bien lo sabemos.
Esta mañana, los robledales pardos.