Ha sido un domingo redondo, de esos que te recuerdan el sentido del día de descanso. Los cherry blossoms siguen dando de sí. Esta vez, paseo en bici por los de Kenwood, menos transitados que los del downtown, pero —la verdad— un poco más mágicos. Es un barrio con casas espectaculares y calles estrechas flanqueadas de cerezos, así que puedes girar y girar por callejuelas encantadas. Todo el mundo transfigurado. Buen humor por todas partes. Incluso algunos carteles, en lugar de poner “No Parking”, ponían “No Barking”. Un toque de buen humor que la gente comentaba.
En muchas de las casas había niños y niñas vendiendo limonadas. Una niña esperaba a sus clientes recostada en una silla de playa, mientras leía un libro titulado The Lemonade War. Entrañable.




Después, fui a Annapolis, a casa de M. y J., a una pequeña revolución con sus amigos, “un baño de eternidad”. Enviaron un correo que comenzaba así: “Seis días a la semana estamos gobernados por la tiranía de lo urgente. En el séptimo día, organicemos una pequeña rebelión: con vino, comida, y una dosis de eternidad”. Y luego, los detalles. Uno de sus amigos, un sacerdote dominico, profesor de filosofía ya jubilado, comenzaría con una breve charla… y de ahí, que la conversación siguiera el rumbo que quisiera. M. y J. se conocieron en St. John’s College, esa maravilla de universidad que consiste, básicamente, en leer los grandes clásicos del pensamiento occidental a profundidad durante cuatro años. Los graduados de St. John’s son algo del otro mundo. De vez en cuando voy a alguna de las noches en las que traen a alguien para dar un conferencia, seguida de un periodo de preguntas y conversación que puede durar hasta media noche. No es una universidad católica, así que muchos de los amigos de M. y J. tampoco lo son, pero sí que son buscadores de la verdad y siempre están interesados en una buena conversación.
Fr. Nicholas habló del evangelio del día, la parábola del hijo pródigo y propuso su interpretación: el hijo pródigo como un anti-ejemplo de la verdadera contrición, pues la suya es interesada, calculadora. Incluso practica más de una vez qué es lo va a decir. Alguien preguntó por la diferencia entre lo que hace el hijo pródigo y lo que hacemos nosotros al practicar lo que vamos a decir en una confesión. Fr. Nicholas dijo que los dos casos son muy diferentes porque la persona que va a confesarme conoce el rito y tiene una cierta formación sobre qué decir y cómo decirlo, pero que su experiencia con personas que vuelven a la confesión después de muchos años es que, del dolor que sienten por sus pecados, son casi incapaces de articular lo que van a decir y prácticamente hay que guiarlos paso a paso. Sobre el padre, que ni siquiera deja que el hijo termine de decir lo que había practicado (se queda sin decir aquello de “trátame como a uno de tus jornaleros”), Fr. Nicholas comentó que solemos pasar por alto la humildad de Dios que suele recibirnos en nuestros propios términos, tan empequeñecidos e interesados.
No pude quedarme mucho más, porque tenía que volver a casa a una pizza party por el cumpleaños de B., que se sintió como una continuación de aquella “pequeña rebelión” contra la tiranía de lo urgente: una cena larga, que incluía la preparación de pizza “from scratch”, cena, pequeña caminata nocturna por el barrio y el postre de cumpleaños. Hat tip al Señor de las fiestas.
On Rembrandt’s “Return of the Prodigal Son” Brian Yapko Three centuries have passed since it was wrought— A work of art transcendent yet humane. The tender play of feelings Rembrandt caught: A wastrel son disgraced, prostrate with pain; Humiliated by the sin he sought But somehow freed from Pride’s eternal stain, His clothes in tatters soiled by filth undreamed, But in his weakness ripe to be redeemed. Rembrandt’s study of the father’s face Displays the beating heart of human love: Sorrow in compassion, joy in grace, Luminous like God’s love from above. A parent’s mercy may such sin erase As would restore a life to be proud of. Rembrandt used that sin to let this saint Reveal the soul of charity in paint! But Rembrandt shows a darker side as well: The jealous brother holding back his hurt And judging how his brother courted hell. His “welcome back” at first is brusque and curt Begrudging any home where they might dwell, Yet choosing peace as would cold hate avert. When kindness falters, goodness too grows thin. It’s hard to let our better angels win. Hate’s poison need not permeate the soul, Nor arrogance, nor love of vengeance cold; It’s better to admit our own flawed role When we have also lived life uncontrolled. For Heaven’s kind forgiveness makes us whole And gives us back the goodness that we’ve sold. Rembrandt’s painting shows a truth profound: By lifting others up, we all are found.
Precioso!