Ya se han agostado los cherry blossoms y las magnolias. Una belleza efímera, tan propia de las flores, que dejan tras de sí un aroma de nostalgia. Pero la primavera apenas comienza y van saliendo otras: forsythias, la flor del melocotonero rojo (prunus persica) del vecino, algunos tulipanes, hellebores (“lenten roses”)… A pesar de lo que dice Julieta, hay un placer especial en descubrir el nombre propio de una planta.
“What’s in a name? That which we call a rose
By any other name would smell as sweet.”
¡Hay mucho en un nombre! Con el nombre, pasa de ser una planta más a ser un individuo, casi un quién al que se le puede llamar. Se vuelve identificable. También se aplica para otras realidades que, al pasar de una descripción genérica a un sustantivo concreto, parece que adquirieran una realidad que antes no tenían. En japonés, al parecer, existe una palabra para la caída de los pétalos de los cerezos, que evoca la caída de la nieve: Sakurafubuki 桜吹雪, “nevada de pétalos de cerezo”.
Lo que me recuerda el final de la película “Perfect Days” —¡qué buena!— cuando aparece esa palabra japonesa komorebi 木漏れ日: “la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles”. Eso que Gerard Manley Hopkins quería expresar en inglés y encontró una feliz palabra: Shivelight, “las lanzas de sol que perforan el dosel arbóreo de un bosque”.
ADOLESCENCIA
José Jiménez Lozano
Recuerdo como en sueños
la mesa de caoba, el cenicero
de cristal checo, el abrecartas
de plata, la suave y blanca
piel de la Enciclopedia con su canto de oro
y las rojas letras de la primera página,
el olor de las lilas, las noches de verano,
y el abejorro que se estrellaba contra la lámpara,
ávido de saber.
Las frágiles manos de la abuela
manejando el Kempis,
las blancas manos de Sara,
acariciando las rosas del jarrón azul,
los gatos somnolientos en el césped,
la algarabía de los pájaros al despuntar el alba
junto a mi ventana, en la alta enredadera.
Parece que he soñado,
pero todo es verdad.
El Kempis de la abuela está aquí, en mi bolsillo,
y el tiempo, confirmando sus palabras,
ha descubierto la verdad de los amores:
sólo polvo y ceniza.
Pero todo ha sido, todo me ha conformado como soy:
libre y terco, algo melancólico,
recordador, escéptico y amador de la vida
que corre tan de prisa:
siempre había que cortar las lilas
en cuanto ya brotaban:
era su eternidad como el relámpago.
Esa "luz del sol que se filtra a través de las hojas de los árboles” me recuerda el Bal du moulin de la Galette, de Renoir. Gracias por los poemas