Salgo a caminar por el vecindario y me esperan nuevas sorpresas. En las azaleas de la entrada ya se empiezan a asomar los capullos rojo-fucsias. Tienen precisamente la misma forma de las luces que les ponemos en Navidad, pero esta vez brillan con más intensidad y a toda hora.
En la casa de enfrente hay un árbol rosa en flor. Lo busco y veo que es otro tipo de cerezo: los famosos de D.C. son los Yoshino, pero estos —los Kwanzan— merecen la misma gloria. Luego descubro muchos otros en el vecindario. También están las camelias en su esplendor y los dogwoods (¿cornejos?) ya están florecidos.
He visto dos árboles nuevos, que acaban de plantar. Apenas un palillo delgado con un par de hojitas. Tenían aún una pulsera de identificación, como esas que le ponen a los bebés recién nacidos. Uno era un “American Sycamore” (Platanus occidentalis) y el otro un “Dawn Redwood” (Metasequoia glyptostroboides). Impresiona pensar en lo que estos palillos pueden llegar a ser. Me encanta que haya una palabra en inglés para un árbol joven: sapling, que a veces también se puede aplicar a la gente joven. Recuerdo una tarjeta de graduación que vi una vez: el dibujo de una bellota —que contiene la semilla del roble— y la frase: “Go, be grand!”
IN APRIL
Rainer Maria Rilke
(Trans. Jessie Lamont)
Again the woods are odorous, the lark
Lifts on upsoaring wings the heaven gray
That hung above the tree-tops, veiled and dark,
Where branches bare disclosed the empty day.
After long rainy afternoons an hour
Comes with its shafts of golden light and flings
Them at the windows in a radiant shower,
And rain drops beat the panes like timorous wings.
Then all is still. The stones are crooned to sleep
By the soft sound of rain that slowly dies;
And cradled in the branches, hidden deep
In each bright bud, a slumbering silence lies.