Mientras caminaba por el MET pensaba que era una maravilla que tantísimas de las obras que he usado en este diario estuvieran allí, hasta que caí en la cuenta de que la página web del MET ha sido, en realidad, uno de mis principales recursos para excavar las imágenes que acompañan a los poemas. No es sólo porque el MET tenga una colección excelente, sino porque además tiene el buscador más amigable de todos los museos que he consultado. Pensaría uno que un buen buscador es algo sencillo, al alcance de cualquier museo, pero visto lo visto es todo un logro, así que aprovecho para darle ahora crédito al MET y agradecerle este servicio que nos presta en este blog y que ha hecho que mi visita fuera aún más especial.
Recordaba la Virgen en una espada que me llamó muchísimo la atención la primera vez que la vi, así que fui es su búsqueda. Allí estaba: la Virgen dulcísima en la empuñadura, la corona con lirios en el pomo, san Miguel fierísimo luchando con el demonio en la guarda. ¡Mi reino por esa espada!
Decía el otro día que me gusta ver a la gente mirando cuadros. Me gusta más aún cuando están con niños y me pongo a escuchar las conversaciones: las preguntas que les hacen, lo que les señalan, lo que los niños responden. Lo de hoy, sin embargo, fue otro nivel: una familia iba con guía propia y estuvieron un buen rato ante esta escultura de Ugolino y sus hijos. Allí le hablaron del Infierno de Dante y de la historia de horror del prisionero… y el niño que había empezado asegurando que no le daba miedo la escultura, se fue quedando mudo, ya menos seguro de lo que sentía.


No sabía que Vermeer era católico. Me enteré allí, gracias a esta pintura, “Allegory of the Catholic Faith”.
Y recé el Ángelus frente a esta Anunciación de otro Netherlandish. (Véase este otro Netherlandish y esta otra Anunciación —“exceptional for its bird’s-eye view and outdoor setting”).
Nota mental: Hacerme con una copia de Cézanne, de Eugenio d’Ors.
Estuve en las dos exposiciones temporales: “Caspar David Friedrich: The Soul of Nature” —de un romanticismo muy mío— y “Sargent and Paris”, eco que aquella otra que tanto disfruté en la National Gallery, “Sargent and Spain”. Incluso en esta de París, tenían que hablar —cómo no— de su fascinación por España y el tiempo que pasó en el Museo del Prado copiando a Velázquez (“an artistic pilgrimage to Madrid”), siguiendo el consejo de su maestro Carolus Duran que insistía “¡Velázquez, Velázquez, Velázquez, estudiad a Velázquez sin descanso!”. Tenían allí su copia de las Meninas y el retrato, un tanto meninesco, de las hijas de Edward Darley Boit. Me acordé de la conversación que tuve con L. a finales de marzo, que fue la que sembró la idea de volver a New York antes de irme. Allí me habló de Sargent y de Sorolla, y me dijo que no podía irme de Estados Unidos sin haber visto la “Visión de España” de Sorolla. Me hizo gracia que todo se hubiera alineado —sin yo buscarlo— para que fuera a ver la gran obra de Sorolla en la Sociedad Hispánica justo después de ver la exposición de Sargent.
Lo de Sorolla, magnífico. “Visión de España”: una despedida apropiada de New York. Una visión para el futuro.
CUADROS DE UNA EXPOSICIÓN Javier Salvago Anochecer de otoño, niño leyendo y tú. Niño tras los cristales, una tarde de lluvia, y tú... Omnipresente, en cada cuadro de este museo de la memoria, como un fondo de nubes presentidas, como una blanca sombra, pudorosa, invisible, pero siempre dominando la escena. Adolescente insomne una noche de luna y tú. Joven bebiendo en la barra de un bar y tu... Asomada al tragaluz de mi retina, jugando con mis cromos y mis puzzles, pasándome las páginas de un libro, soplándome algún verso en la honda noche, poniendo un cigarrillo entre mis labios, caminando a mi lado por calles bulliciosas, o por calles oscuras. Insoportable, a veces. Acogedora y dulce, otras. Amorosa o terrible, agria, muda o sonora, siempre tú, inevitablemente —dentro de mí— conmigo, soledad.